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Otra búsqueda frustrada (I)

  • Foto del escritor: Redacción
    Redacción
  • 2 dic 2019
  • 14 Min. de lectura

Actualizado: 27 oct 2020

Por: Guillermo García


No somos activistas; somos madres buscando a sus hijos.

Nosotros buscamos, y no buscamos culpables,

buscamos a nuestros familiares.

Lupita llora


Lupita llora. O al menos creo que llora. Bajo el sombrero oculta un rostro que se antoja descompuesto, la lágrima imaginaria y los espasmos en el pómulo. Lupita esconde la vista. Sé que llora, desde aquí escucho su moquear, ese sollozo despacio por todos, por todo: y es que ya no tendría que buscar. Porque, aunque los asesinos de su hermano están por salir en libertad, le consuela tener el cuerpo, que ya es decir mucho entre los Buscadores de la república; no llora por la falta de justicia, ni por los procedimientos irregulares a que sometió el caso el MP, “¡mira que venir a perder las carpetas de investigación!”, porque como ella misma dice “el colectivo sólo busca a los familiares, no les interesa buscar culpables”.

Llora por todo lo que acaba de pasar; porque, aunque nos citaron a antes de las 8 de la mañana en la Fiscalía General del Estado de Colima, tuvimos que quedarnos una hora más ya que los peritos correspondientes que debían acompañarnos al lugar no aparecían. Llora porque desde que llegamos se nota la tensión en el ambiente con los elementos de Sedena y los de la Fiscalía moviéndose de un lado a otro (es excesiva la cantidad de personas que acudieron a esta búsqueda), porque a pesar del esfuerzo y tiempo invertidos no han podido encontrar nada salvo un hueso del que no pudieron dar fe ya que se perdió entre los montones de tierra cayendo a cada movimiento de la retroexcavadora que, tan pronto sacaba la tierra de un pozo, iba a arrojarla dentro de otro; porque son las 11:30 y ya cavaron dos pozos de tres metros de profundidad en el punto exacto en que la chiva declaró que habían enterrado al Güero, el hijo de don Alfonso que lleva tres meses perdido, y todavía no hay resultados.

Alrededor se mueven los 14 elementos de Sedena al mando de Rigoberto Sánchez, capitán de Infantería, y aunque el Once camina por delante, el resto de los elementos de la Fiscalía General del Estado permanecen dispersos por el terreno. Algunos dialogan con miembros del colectivo, otros hacen chistes entre ellos.

Huele a polvo. El aire que se respira es caliente. La Comisionada de Búsqueda se protege del sol con un sombrero de playa que contrasta muchísimo con el resto de los sombreros o gorras que utilizan las demás personas aquí, y tanto ella como representante de Desarrollo Urbano suben a ratos, de forma discreta, a un auto blanco que aparcaron en la entrada para mitigar el calor con el aire acondicionado.

Ahora la mayoría están frente al segundo pozo; los elementos de Protección Civil, algunos militares, la comisionada, el director, los elementos de la Fiscalía General del Estado y los miembros del colectivo; nos hicieron separarnos, el tiempo se desperdició subiendo y bajando montículos de escombro en los que era imposible meter varilla. Los compañeros están fatigados, sudados; aunque el basurero cierra a las 6 de la tarde, luego de las primeras tres horas de trabajo avisan que no han encontrado nada y, debido a las condiciones del lugar, resulta imposible encontrar algo buscando de esa manera, mientras tanto Lupita llora; aún nadie alcanza a entender por qué hay tanta gente.


Red de Desaparecidos Colima

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Integrantes del colectivo Red de Desaparecidos Colima en la primera entrevista, Café Roma, Colonia Centro, Colima, Col.


“No todos los del colectivo queremos estar llevando papeles y recogiendo firmas. Algunos no tienen el tiempo, o no quieren, o no pueden sencillamente. Entonces, cuando en Fiscalía preguntaron por un teléfono al cuál poder llamar para cualquier cosa, yo di mi número y así empezó”, dice doña Carmen, como no queriendo aceptar el título de representante del colectivo.

“En realidad comenzó a formarse en febrero de este año; luego de que encontraron las fosas en Santa Rosa; vinieron Karla Quintana, de México, de la Comisión Nacional de Búsqueda, y Alejandro Encinas (Subsecretario de Derechos Humanos) para comenzar a contactar a las personas, pero como no sabían a quién llamar me llamaron a mí. Yo llamé a las personas que estaban conmigo, aunque aún no éramos un colectivo, sino más bien un pequeño grupo; les dije: vinieron de tal parte, nos están llamando de la Fiscalía, y nos fuimos a ver las fosas”.

Su trabajo se supone que debería ser sólo presencial. Son el único colectivo de búsqueda oficial en el estado. Deberían limitarse acompañar en sus búsquedas a los elementos de la Fiscalía y sólo estar ahí para confirmar el hallazgo, sin más, la investigación previa es cosa de los oficiales y del levantamiento deben ocuparse los peritos, pero no podían quedarse sólo con eso.

El problema refiere Lupita, es que no se cuenta con los elementos necesarios para poder profundizar o dar seguimiento a las investigaciones, o esa es la respuesta que les dan en Fiscalía; entre tantos casos queda poco tiempo como para invertirlo en buscar a cada uno de los desaparecidos, y es ahí cuando el colectivo entra en acción. El semblante de Carmen, Silvia y Lupe es el mismo; delata que la pasividad no tiene cabida en ellas, no podían sólo quedarse en espera de que el Estado les diera respuestas, tenían que buscar.

Por eso es que sus primeras búsquedas las hicieron totalmente solas, sin ninguna autoridad que las acompañara, esgrimiendo el “no buscamos culpables sino a nuestros hijos” como única defensa y argumento ante los riesgos que buscar fosas clandestinas supone.

Fue en octubre del 2018 que tuvieron la primera reunión con el Fiscal y aprovecharon para solicitar más búsquedas y apoyo de las instancias correspondientes, y aunque no les brindaron ni varillas, ni palas, ni la herramienta adecuada para la realización de las búsquedas, comenzaron a enviar elementos de Seguridad con el colectivo cada vez que este lo solicitara.

Usualmente nos avisan por el grupo de Facebook, o la misma gente te dice, yo te vi en la tele, yo sé dónde hay gente enterrada, y ya nosotros pasamos el dato a fiscalía y agendamos una cita para salir juntos.

Pero el precio pagar por la seguridad es alto. Los integrantes del colectivo deben someterse a hacer las búsquedas una vez que autoriza Fiscalía. Sus elementos fungen como guías que limitan a los compañeros de manera constante imponiendo sus reglas desde el momento en que llegan al terreno: nada de fotos, nada de separarse, nada de nada. Distribuyen a las personas, definen sus propios puntos de búsqueda (aunque sea el colectivo las más de las veces quien consigue la información sobre las fosas y dónde se ubican), y terminan la exploración una vez que lo consideran prudente. El colectivo trabaja sobre verdades a medias.

Pienso en que esto de estar en el Colectivo es una labor muy demandante, mientras Carmen y Lupita hablan, Ana Silvia no deja de teclear apresurada la pantalla de su Smartphone. Son cosas del colectivo, supongo; efectivamente: son cosas del colectivo; lo descifro apenas veo la conversación en el WhatsApp del celular que deja sobre la mesa para volver a la entrevista. Nos citamos en el café Roma, es la primera vez que tengo contacto con ellas y percibo un poco de tensión en el ambiente. Es natural, supongo. Con el tipo de información que han logrado obtener no deberían hablar tan a la ligera con cualquier persona.

Y ya con los días, Vicky Garay, de Tepic, fue la que nos comenzó a decir sobre la existencia de colectivos y los derechos que teníamos aquí en Colima. Derecho para recibir apoyo, nos contó sobre la existencia del CEAV (Comisión Ejecutiva de Atención a las Víctimas)y ahí comienza el Colectivo.

“Los juntó la necesidad”, pienso. Antes de ser doña Carmen era la señora Eva Verduzco quien intentaba hacer del tema una prioridad para estado (siempre han sido una comunidad distante. Actualmente el colectivo está conformado por alrededor de 30 personas, lo cual resulta poco comparado con el tamaño de la situación), hizo una marcha y en una reunión que organizó en el jardín Libertad se conocieron; ella se fue un tiempo porque tuvo unos problemas familiares, dice doña Carmen, pero nosotros continuamos.

Doña Carmen busca a su hijo, Carlos, desaparecido el 20 agosto pasado; a Ana Silvia le falta su hija, Leslie, quien era estudiante de la licenciatura en Derecho y apenas tenía 23 años. Lupita dice que le faltó familia y la encontró en el colectivo; sigue aquí porque comparte su orfandad con la de las víctimas cuyas familias han desistido de la búsqueda.

Aunque desde el comienzo de la nueva administración se ha reconocido como prioritaria la búsqueda de víctimas de desaparición forzada en el país, no se ha avanzado mucho en el tema. La existencia de las 25 comisiones de búsqueda distribuidas en la República resulta más bien simbólica pues a pesar de que Quintana declarara que para el mes de octubre de 2019 todas las comisiones del país contarían con subsidio el presupuesto este aun no llega.

Nos falta muchísimo, nos falta muchísima ayuda tanto del CEAV como de la comisionada. Tiene de abril para acá que se formó la Comisión de Búsqueda y apenas hace unos meses comenzamos a tener platicas con la licenciada Rosa Evelia, (Comisionada de Búsqueda). Dicen que va a llegar presupuesto, pero ni cuando necesitamos para asistir a los eventos fuera del estado con los demás colectivos de búsqueda en el país se nos apoya.


Sobre la apatía


En México no existe una cantidad oficial de desaparecidos. No hay un número preciso. Según datos del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), hasta 2018 se habían registrado la cantidad de 36,265 desapariciones. 26, 937 corresponden al género masculino mientras que el otro 9,328 corresponde al género femenino. Tan sólo en Colima, hasta la fecha mencionada se tenía el registro de 593 desapariciones, 181 de las desapariciones corresponde al género femenino, mientras que 412 de las desapariciones corresponden a personas del género masculino.

Según datos de Adondevanlosdesaparecidos.org, de 2006 a 2016 se registró en nuestro estado el hallazgo de 39 fosas y 56 cuerpos. 14 de esas fosas fueron encontradas en Manzanillo, 12 en Tecomán, 5 en Armería, 5 Cuauhtémoc y el resto en Coquimatlán, Colima, y Villa de Álvarez.

La falta de organismos funcionales que sancionen este tipo de conductas, la impunidad, y el poco interés de la población propician que tales actos se sigan ejerciendo indiscriminadamente.

El principal problema, dice Lupita, es la apatía, el miedo de hablar. Toda la herramienta que tenemos la hemos comprado nosotros; hacemos colectas en la calle y a veces la gente nos ve feo. Y claro, luego del incremento en la violencia durante los últimos años no es extraña esa percepción; más que normalizar la violencia entramos en la etapa de justificarla; los muertos se han apoderado del diario -si no hemos entrado a la histeria colectiva es porque decidimos volvernos hacia otro sitio-, la única manera de tolerar la violencia era justificándola, haciéndola necesaria. Pensar que la delincuencia solo ataca a la delincuencia es una forma de encerrarnos en la pasividad, de no exigir respuestas inmediatas a las instituciones y restarle responsabilidad al Estado; los diversos móviles delictivos no atienden sólo circunstancias propiciadas por la ilegalidad, y aunque así fuera, el Estado, al ser funcional, no debería permitir la desaparición forzada de sus habitantes. El discurso no solo culpabiliza a las víctimas, sino que es la herramienta más eficiente al momento de dar el carpetazo. No es extraño que se haya convertido en el discurso oficial cuando de desaparecidos se trata.

Como en el caso de Carmen quien fue sometida a cuestionamientos innecesarios debido a la profesión de Oscar, su hijo, que se desempeñaba como tatuador, por parte del policía que la atendía cuando intentaba levantar el acta correspondiente. Tanto así, que no pudo levantar su denuncia sino hasta el siguiente día por la falta de capacitación en los empleados que no sabían a qué dependencia mandarla.

“Y es que es incongruente que los 600 desaparecidos que hay anduvieran metidos en cosas sucias, es incongruente, digo, porque hablamos de mujeres, jóvenes y niños”, dice Silvia, cuyo proceso fue similar, pero con preguntas como “¿sabe en qué andaba metida su hija?” “¿Segura que no se fue con el novio?”.

La hija de Silvia tomó un taxi y no la volvieron a ver.

Tan sólo el pasado mes de Julio, en coordinación con la Fiscalía y la Comisionada de Búsqueda, el colectivo Red de Desaparecidos Colima, logró juntar 76 pruebas de ADN en dos horas dentro de las oficinas del SETECC (Secretaría Técnica del Consejo de Coordinación para la Implementación del Sistema de Justicia Penal), en una campaña para que las personas con familiares desaparecidos donaran su perfil genético, mediante asegurar que aquello no suponía ninguna repercusión jurídica.

Y es que, aunque los familiares de personas desaparecidas tienen el derecho de donar su perfil genético aun sin poner denuncia, la mayoría no lo hacen. El temor a ser señalados, o a que los vinculen con ciertas actividades, combinado con la desinformación, propician que muchos de los cuerpos encontrados no sean reconocidos. Eso fue en dos horas y sin difusión. Es imposible confiar en datos oficiales sobre desaparecidos, el miedo maquilla las cifras.

No importa, el mismo exilio a que los somete la población les ha hecho caer en cuenta de que las únicas personas que comprenden la situación son aquellas que comparten la experiencia, que están solas en su búsqueda constante: a veces hasta los hijos te reclaman seguir buscando, dice Lupe. Se han hermanado con los demás colectivos del país y saben que así como ellos buscan y encuentran, los demás colectivos de la república no cesan en sus búsquedas. Tienen la esperanza de que, así como aquí encuentran gente de fuera, quizá afuera encuentren a su gente.

Otra búsqueda frustrada


Lo más sorprendente es ver la familiaridad con que se desenvuelven. Pareciera que los elementos del colectivo llevan toda una vida conociendo a los de la Fiscalía: bromean, les hablan por su nombre.

A las 8:27 a. m. aún faltaba que llegara el dron. Lo primero en faltar era el perito, ahora había que esperar al dron y su operador. El área a la que iríamos se encontraba cerca del Megapalenque, en Villa de Álvarez. Apenas al pasar los Perritos Bailarines, había que retornar y entrar por el camino de terracería por el que se entra al Megapalenque, avanzar aproximadamente 600 metros para dar vuelta a la izquierda y entrar a una brecha que nos conducía al basurero. Había pues que peinar el área para tener una idea general del terreno y, debido al tamaño de la maleza, la operación debía realizarse desde el aire.

A esta misma hora comenzaron a llegar los militares; se unieron los elementos de Protección Civil, los de la Policía Federal, un par de estatales y los de la Fiscalía. Nos repartieron en los distintos automóviles que llevaban, había una combi para las mujeres; los hombres tuvimos que irnos en la caja de las camionetas sin placas de la Fiscalía; sólo éramos cuatro, nos dividimos de dos en dos y en una tercera camioneta dejamos la herramienta (palas, varillas y machetes).

Avanzamos en una suerte de convoy hasta llegar a la colonia Villas del Rey, en Villa de Álvarez; nos detuvimos afuera de un Oxxo en un puesto de tacos tuxpeños. Bajé de la camioneta en que iba y tuve que avanzar una cuadra para hallarme con Lupita cuya combi iba encabezando la caravana.

Usualmente no hacemos esto, pero hay que comer, me dijo y bajamos de nuevo hasta donde estaba el puesto de tacos.

Mientras caminábamos notamos la presencia de una ambulancia y dos autos particulares se habían integrado durante el trayecto.

Seguro piensan que vamos a encontrar algo, y vienen nomás a sacarse la foto, dijo Lupe. Y es que era evidente, tenían alrededor de ocho meses gestionando las retroexcavadoras para ese sitio en particular, existía la certeza de que había cuerpos, y muchos, por la mañana el chiva ya había cantado y les había señalado (a quienes los acompañaron al lugar) el sitio exacto en que según él habían enterrado los cuerpos. Sería un gran logro. Impresionante el hallazgo “Luego de esto, nos tienen que apoyar, los cabrones”.

Llegamos al sitio. Apenas entramos los empleados de un lote de autos comenzaron a grabarnos con sus celulares. Un oficial aprovechó para comentar: nada de grabaciones, al que veamos grabando le vamos a quitar el celular y le vamos a hacer borrar las fotos, cualquier material que necesiten, pueden pedírnoslo a nosotros.

Era un desfile de uniformes, por un lado, las camisas azules de los PC, por otro el camuflaje de los militares, el gris en las sudaderas del colectivo, y los federales y estatales con sus respectivos uniformes, que se movían en grupos.

El terreno lo utilizaban para tirar escombro o basura. Había una parte plana, como una plancha de tierra, que extendía por cosa de 70 metros; la distancia de un costado a otro no rebasaría los 20 metros. Esas eran las medidas, la hacía de margen montículos de escombro de uno o dos metros de altura, en los que crecía maleza y los que se asomaban pantallas quebradas de televisores viejos.

Los primero fue someternos a la presentación “oficial” de los asistentes. El Once nos pidió colocarnos en una fila horizontal al frente suyo y ahí comenzó aquello; en realidad, la presentación se limitó a conocer el nombre del capitán de Infantería; en el caso del representante de Desarrollo Urbano y la Comisionada de búsqueda se limitaron a mencionar sus cargos, el Once no se presentó, ya todos sabíamos que era el comandante de la policía ministerial. Lo segundo fue hablar de la gestión que se llevó a cabo y de la capacitación de los operadores que habían llevado especialmente para ese caso y que, aseguró, trabajaban para el INAH, por lo cual podíamos estar plenamente confiados en que tenían experiencia con cosas delicadas.

El Once nos pidió ir por las herramientas a la camioneta; algunas varillas estaban personalizadas con cinta en la parte superior, para evitar ampollas. Al tenerlas volvimos con él, y dio la instrucción de separarnos de nuestro compañero de al lado con un brazo de distancia mientras, que detrás de nosotros se colocaba un militar o alguno de los oficiales de la Fiscalía; la instrucción era sencilla: Formar una línea horizontal para caminar buscando cualquier anomalía sobre el piso en la cual meter la varilla (artefacto simple: trozo de metal sujeto a otros dos trozos soldados a una punta de un metro que le hacían un triángulo en la parte superior para facilitar el agarre, y claro, su empleo) para determinar si había algo muerto debajo.

Si notábamos la tierra regada, pozos o cualquier irregularidad metíamos la varilla; al primer golpe se siente, a veces entra de lleno y a veces se bloquea apenas entrados los primeros 10 centímetros; si entró bien, hay que hacer peso e intentar meter la mayor parte de ella para luego sacarla y buscar el aroma a muerto; algunos colocan todo su peso en la parte superior y giran para ir haciendo que la varilla descienda lento, otro la meten en diagonal y solo dan empujones utilizando su peso.

La búsqueda se complicó: era imposible intentar meter la varilla. Una vez que anduvimos a los lados descubrimos que el único terreno para búsqueda podría ser ese: el camino principal, la plancha de tierra. El resto era un desnivel constante, barrancas, escombro y televisores, imposibilitaban el avance y la búsqueda.

No encontramos nada, pero de igual forma teníamos que continuar en el sitio, así que descendimos por otra brecha para continuar la búsqueda.

Al regresar al punto de encuentro la fatiga era algo evidente. Los integrantes del colectivo querían descansar. Se pensaba que aquello sería más rápido.

La comisionada sólo nos acompañó un momento; antes de que entráramos a la siguiente brecha regresó y ahora se encontraba frente a las retroexcavadoras.

-¿No han encontrado nada? – Pregunté

–No – respondió áspera, Lupita.

–Pero se supone que aquí fue donde el chico dijo que venían a tirar los cuerpos, ¿no?, dio un punto exacto

–Pues sí, pero nada

– ¿Pues no se supone que el señor estaba seguro?, intervino de pronto Karina otra integrante del colectivo que hasta ese momento se había limitado a observarnos.

–pues sí, pero dice que el chavo le dijo que creía que era por ahí

–¿Cómo que creía que estaba por ahí? no nos podemos quedar todo el día haciendo pozos. ¡¿Para qué vinimos si no era seguro?! tenemos lo de Tecolapa, pudimos ir para allá; tanto que estuvimos gestionando las máquinas. No es justo que se dé prioridad a un señor que lleva en el colectivo tres meses, mi hermano tiene año y medio, hay gente aquí hasta de dos años

El resto de los integrantes del colectivo se comenzó a agrupar bajo el toldo para tomar agua, luego llegaron los elementos de la Fiscalía, y comenzaron a platicar.

“No, pues la méndiga licenciada dijo que iba venir y nomás nada”, decía en Once.Los ánimos comenzaron a decaer, era imposible escarbar en toda la zona y por si fuera poco la tierra natural se encontraba tres metros debajo del suelo que pisábamos porque este en su mayoría era relleno. Era imposible encontrar algo con una búsqueda de un día. La comisionada decidió despedirse argumentando una cita, con ella salieron representante de Desarrollo Urbano y sus acompañantes. Pronto el número de asistentes comenzó a descender. El Once mandó a alguno de los elementos a comprar tacos y se sentó bajo el toldo para hablar con el resto del colectivo.

“¿Hay algún comentario que quieran hacer sobre la búsqueda? Si algo pasó díganlo aquí porque luego no quiero que anden allá diciendo en la Fiscalía que no sé qué”.

Nadie decía nada. Luego de un lapso más bien incómodo Karina comentó que la búsqueda no se había hecho bien, que no había habido un buen plan y por lo tanto ese día ya no encontrarían nada. Es que se necesita más tiempo para buscar y aquí cierran a las 6, repetía en Once. Don Alfonso apareció de pronto para alegar que si el problema era que les prestaran de nuevo las retroexcavadoras, él pagaba todo el día de una sólo para seguir buscando, algún miembro del colectivo contestó que con eso sólo se lograría que la fiscalía continuara sin hacer su trabajo de manera eficiente. El resto se limitaba a escuchar sin decir palabra.

El calor nos había carcomido el espíritu por completo. Estábamos decepcionados, tanto tiempo de gestión y nada.

Pasadas las tres de la tarde nos pidieron ir a revisar los pozos para confirmar que el trabajo se había hecho de manera adecuada y que nada se les había pasado a los elementos de la Fiscalía.

Ahora Lupita llora. No la veo, pero lo adivino. Se oculta tras el sobrero como si su rostro intentara pasar desapercibido ante el mundo y sus pulsaciones. Se lamenta. Yo pienso en abrazarla pero no puedo. Su llanto se me antoja universal, para todos los desaparecidos de Colima. Los cuerpos sin nadie que los busque o les encienda veladoras; los cuerpos sin una muestra de perfil genético para ser reconocidos. ¡Y quién sabe hasta cuándo nos vuelvan a prestar la maquinaria!




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